6 de diciembre de 2008


¿Y qué hago yo en el descampado?

Parte III y última. Por Miguel, Errante de la Tecla.

En el verano de 2002 un antiguo compañero de la facultad, ahora profesor de la Escuela de Informática, se pasó más de una hora hablándome de las bondades de Linux y su utilización en el aula de ordenadores, del arranque dual y de mil cosas más, aunque no se olvidó de advertirme que me hiciese ayudar de alguien que supiese de esto.

Hace tres años me descargué Linex, y llegué a instalarlo en un Pentium 166 Mhz con 1,2 GB, pero aquello no arrancaba un gestor gráfico y tan sólo la orden de montar un CD-ROM me pareció tan imposible de realizar desde una consola que me llevó a la desesperación y formateé (a bajo nivel porque el LILO si no, no hay quien lo elimine) el disco y le puse Windows 98.

En 2006 me descargué un Knoppix 3.7 y me apunté a un curso de inicición al Linux. Poco a poco investigué bastante por mi cuenta, me animé a hacer cosillas con él, configurar la red, internet y cuentas de correo, y guardar la configuración en el pen drive. Así llegamos a otro ataque de virus al Windows 2000, a pesar de estar pagando la licencia del Panda Antivirus, que borró todos mis archivos doc, mp3, wab, xls, jpg, ppt, etcétera. Por suerte la inmensa mayoría de lo que fue borrado se pudo recuperar, pero mi confianza en Windows se vio claramente mermada.

Con el disco duro medio vacío me animé, antes incluso de comenzar el curso, a hacer las particiones, e instalar el Knoppix 3.7 del que disponía desde noviembre. En ese momento pasé todo mi correo a Linux, por seguridad.

En abril de 2007 apareció una versión de Ubuntu nueva, con más compatibilidad de la que nunca había soñado Linux, un Linux para seres humanos, como reza su eslógan. Desde entonces ha sido mi sistema operativo, en el ordenador de casa y en el del aula donde imparto clases. Poco a poco he ido extendiendo Ubuntu a mi alrededor como una gota de aceite en el agua.

Uno de mis momentos más gloriosos en esta nueva etapa de mi vida informática fue cuando formateé el disco duro del último ordenador recién compradito, a las tres horas de tenerlo, para eliminarle definitivamente el Windows Vista e instalar Ubuntu.

Y me pregunto, ¿que hago yo ahora, fuera del “paraguas protector” (lleno de agujeros) de Microsoft? El que me ha acompañado desde el verano de 1987 en que me mostró su primer “prompt” ¿me dejará ahora vivir sin su presencia? ¿me sobrepondré al “mono”? ¿cómo sobreviviré en este mundo de proyectos, colaboración, comunidad, libertad? Ay de mi, desdichado, si cuando quiera volver al calentito redil del señor Gates me apartará de él diciendo que soy un traidor. ¿Será éste como el padre del hijo pródigo, siempre dispuesto a perdonar y olvidar las veleidades de su hijo díscolo?

“¡Yo era... otro pecador...!” (Les Luthiers)

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