20 de marzo de 2008


Tenía yo 6 ó 7 años, cuando una tarde, en el jardín de mi tía Maruja, aparecieron dos brotes entre unas hierbas que estaba arrancando.

-Eso, si lo plantas, crece.
-¿De verdad?
-Claro.

Y mi hermano Ignacio (entonces le llamábamos así) y yo los plantamos juntos, en la cara norte de su casa. Los arbolitos, como los nombrábamos, crecieron desigualmente. El de mi hermano no prosperó mucho, sin embargo el mío (o el que ocupaba mi lugar, pues alguna vez creímos que mi tía los había repuesto) creció y se convirtió en un hermoso arbusto, un pistosporo, que con el curso de los años creció tanto que levantó parte de la acera que circundaba su casa.

Hace tres años, en Gijón, encontré unas semillas granadas (esporas) de un ejemplar similar, que recolecté, planté y esperé a que germinaran. Salieron ocho, pero tras un paso por el desierto de nuestra terraza, solo ha sobrevivido este ejemplar de la imagen, que cuidamos en tierras castellanas.

Ahora acabamos de transplantarlo y está lozano. Por lo que se ve, sus raíces son bastante expansivas, por lo que habrá que tener cuidado dónde lo plantamos.

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